Aunque Trump se ha lanzado contra el acuerdo regional con la bandera de la justicia comercial, EU tiene un mayor problema con otro de sus socios.
Si han de creerse las declaraciones del presidente Donald Trump, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entre Estados Unidos, Canadá y México pronto será reemplazado por un acuerdo comercial bilateral entre EU y México, a lo que presumiblemente seguirá un acuerdo entre EU y Canadá.
Los cambios reales a las normas de comercio entre EU y México no parecen ser muy importantes. El nuevo acuerdo implementa esencialmente un salario mínimo parcial para la industria mexicana de exportación de automóviles, que estipula que al menos entre el 40 y el 45 por ciento del contenido de los automóviles que se venden en EU provenientes de México deberá ser fabricado por trabajadores cuyos sueldos sean de al menos 16 dólares por hora. También se endurecieron las normas de origen para estos automóviles, de modo que, para vender un automóvil proveniente de México en EU, al menos el 75 por ciento de ese automóvil debe haber sido fabricado en EU o en México. México también acordó fortalecer la negociación colectiva para los trabajadores y aumentar levemente las protecciones de propiedad intelectual para empresas estadounidenses.
Dependiendo de la implementación exacta, estos cambios podrían terminar siendo principalmente cosméticos. Si las normas de origen terminan incluyendo a Canadá, entonces la mayoría de las exportaciones de automóviles mexicanos a EU ya cumple con el requisito del 75 por ciento. Si el salario mínimo de 16 dólares se aplica a contenido fabricado fuera de EU y México, también es probable que no haya muchos cambios, ya que los trabajadores en EU, Canadá, Europa, Japón y otros países ricos que fabrican piezas de automóviles ensamblados en México suelen ganar más de 16 dólares.
En otras palabras, la reestructuración comercial de México podría ser nada más que una postura, un intento de Trump por cumplir una promesa anterior de poner fin al TLCAN, o una forma de ganar influencia en una discordancia con Canadá. O bien, si las reglas se aplican de determinada manera –exigiendo que los trabajadores automotrices mexicanos cuadrupliquen sus salarios frente a los niveles actuales, o pidiendo a las compañías automotrices que trasladen su producción de automóviles desde Canadá hasta México– podrían provocar una importante interrupción económica, dejando a los trabajadores y consumidores estadounidenses en peores condiciones. De cualquier forma, la última medida comercial de Trump parece ser otro error no forzado.
Pero la estrategia de Trump de eliminar el TLCAN refleja una tendencia más amplia en la sociedad estadounidense: una obsesión inapropiada y enfermiza con el acuerdo comercial de 1994. Tanto la izquierda como la derecha han hecho del relativamente inocuo TLCAN un fetiche mientras prestan menos atención a cuestiones comerciales mucho más importantes, en particular, China.
Es posible que para los lectores más jóvenes sea difícil de recordar, pero el TLCAN fue increíblemente controvertido desde el principio. En 1992, el candidato presidencial Ross Perot advirtió que el acuerdo provocaría un “enorme sonido de succión” a medida que los empleos estadounidenses se trasladaran hacia el sur, a un México con bajos salarios. En 1993, el vicepresidente Al Gore protagonizó un debate memorable con Perot: en el momento cúlmine, Gore sacó una foto de los gestores del arancel Smoot-Hawley de 1930, se la regaló a Perot y advirtió de no seguir un camino similar.
Sin embargo, un cuarto de siglo después, los estadounidenses todavía no están del todo convencidos.
Mientras tanto, una encuesta reciente de YouGov revela que, aunque el 56 por ciento de los estadounidenses piensa que el comercio internacional es bueno para la economía, solo el 30 por ciento se opone a abandonar el TLCAN.
¿Por qué persiste esa intensa aversión al TLCAN? Es verdad que el TLCAN probablemente afectó a algunos trabajadores de EU. Un documento de los economistas Shushanik Hakobyan y John McLaren encontró evidencia de que trabajadores estadounidenses en industrias (en su mayoría de fabricación liviana) y localidades sujetas a una mayor competencia mexicana se vieron afectados a raíz del acuerdo.
Aunque ciertamente fue difícil para los trabajadores afectados, las pérdidas no fueron enormes en relación con el tamaño de la economía de EU.
Robert Scott, del Instituto de Política Económica, estima que 400 mil trabajadores estadounidenses fueron desplazados de la industria manufacturera a otras industrias debido al TLCAN, mientras que el acuerdo redujo el empleo en aproximadamente 116 mil puestos de trabajo durante la Gran Recesión. Esas cifras son pequeñas en comparación con el tamaño de la fuerza laboral de EU; y tienen que medirse en relación con ganancias económicas más amplias: un equipo del Servicio de Investigación del Congreso estimó que el acuerdo ayudó a que la economía de EU creciera en un total de un 0.5 por ciento. Otros economistas también han encontrado leves ganancias netas.
En general, por lo tanto, el TLCAN no ha sido un gran negocio, ciertamente no en comparación con el comercio con China. El empleo del sector manufacturero de EU se mantuvo bien en los años posteriores a la adopción del TLCAN, luego se desplomó justo cuando China ingresó en la Organización Mundial del Comercio en 2001.
Mientras tanto, el déficit comercial de EU con México, aunque sustancial, es solo alrededor de una quinta parte del déficit con China.
China, no México, debería ser el único foco de cualquier impulso de EU hacia el comercio justo. De hecho, es probable que al facilitar que empresas estadounidenses obtuvieran productos de México en lugar de China, el TLCAN haya desacelerado el impulso de China para convertirse en el centro económico del mundo. Cada dólar estadounidense que va a México en lugar de a China ayuda a que América del Norte conserve su estatus como un centro fundamental de actividad económica.
Puede haber una razón más por la que algunos estadounidenses, especialmente los conservadores, rechazan el TLCAN, lo que probablemente haga surgir el fantasma de una integración política más estrecha entre México y EU. Algunos incluso han temido que sea el precursor de una unión norteamericana, lo que presumiblemente les permitiría a los mexicanos instalarse fácilmente en EU.
Esa preocupación está fuera de lugar. Ninguna unión norteamericana está en proceso, y el constante crecimiento económico de México es probablemente una de las principales razones por las cuales la inmigración neta desde México se ha detenido e incluso ha retrocedido.
En otras palabras, mantener la economía de México en fuerte crecimiento, con un sólido comercio entre EU y México, es clave para mantener a los mexicanos satisfechos y felices en su lado de la frontera. Impulsar a México debería ser, por lo tanto, el objetivo principal de los acuerdos comerciales de Trump con el vecino del sur de EU.
Fuente: El Financiero