Como lo anunció desde su campaña para la presidencia, Donald Trump dio los primeros pasos para iniciar una guerra comercial (“corregir el déficit” en su equivocada concepción) con diversos países, en particular con China.
La primera medida fue imponer aranceles a las importaciones de paneles solares y lavadoras y, posteriormente, a las de acero y aluminio a nivel general, que después excluyeron, al menos de manera temporal, a México, Canadá y los países europeos, entre otros, con lo que éstos respondieron con la posibilidad de gravar diversos productos estadounidenses “sensibles”.
El segundo paso fue su amenaza de establecer aranceles a productos chinos equivalentes a casi 50 mil millones de dólares de importaciones con lo China anunció una medida equivalente para sus compras de Estados Unidos. De acuerdo con un análisis de la revista The Economist de esta semana, ello representaría 9 por ciento de las exportaciones totales de China a EU en 2017 y 38 por ciento de los bienes estadounidenses importados por China en el mismo año. Los principales productos chinos afectados serían electrónicos (57 por ciento del valor total), equipo médico (14 por ciento), televisiones y pantallas (10 por ciento) e impresoras (6 por ciento). Del lado americano, la afectación sería en equipos de aviación (33 por ciento de total), soya (25 por ciento) automóviles (21 por ciento) y plásticos (7 por ciento), entre los más importantes. Como es evidente, ello protegería inicialmente a los productores directos de esos bienes y podría beneficiar a los de otros países —que podrían ingresar al mercado— pero dañaría a otros productores en las cadenas de valor y, sobre todo, a los consumidores de ambos países. En buena medida, ello explica que ayer el gobierno de China haya moderado su amenaza de escalar la guerra comercial con EU.
Pero no sólo en Estados Unidos se cuecen habas. En el arranque de su campaña Andrés Manuel López Obrador anunció que de ganar suspendería la compra de maíz proveniente de Estados Unidos y buscaría la autosuficiencia alimentaria, ya que en sus palabras “…el maíz viene de México y ahora resulta que México es el país del mundo que más compra maíz al extranjero. Eso no puede seguir sucediendo aquí.” Otra ocurrencia que se suma a su propuesta de restablecer los precios de garantía en el campo.
Si bien México importa cerca de 15 millones de toneladas anuales de maíz (96 por ciento de Estados Unidos en 2017), el país es autosuficiente en maíz blanco para consumo humano —de hecho excedentario, lo que ha generado problemas de comercialización en diversos periodos— y las compras al exterior corresponden en su totalidad a maíz amarillo que se utiliza para alimentación animal y para diversas industrias. Según datos de Sagarpa y del Departamento de Agricultura de EUA, su costo de producción es entre 60 y 80 por ciento superior en México que en aquel país por economías de escala, características de los suelos, orografía, condiciones climatológicas, disponibilidad de agua, rendimientos por hectárea y, un factor fundamental, el uso de biotecnología (semilla transgénica). Para la industria pecuaria, “suspender” o gravar las importaciones de maíz significaría un incremento sustancial en los costos de producción, a lo que podría sumarse la otra idea “genial” de establecerle un precio de garantía, ya que el alimento (que no sólo incluye maíz; también soya, sorgo y avena) representa 66 por ciento en la avicultura y del orden de 50 por ciento en la ganadería. A su vez, ello se traduciría necesariamente en mayores precios para el consumidor nacional y en una significativa pérdida de competitividad para las exportaciones de ganado y de productos cárnicos.
El problema con las ocurrencias de campaña, que no son materia exclusiva de AMLO (los otros candidatos también tienen las suyas), es que como en el caso de Trump decidan convertirlas en políticas públicas e instrumentarlas para cumplirle a su electorado. Un análisis de los efectos de restablecer los precios de garantía elaborado por Manuel J. Molano del IMCO puede consultarse en www.imco.org.mx.
Fuene: El Financiero