La guerra comercial entre China y Estados Unidos está por seguir su escalada con la decisión de Estados Unidos de implementar aranceles.
La guerra comercial entre China y Estados Unidos está por seguir su escalada con la decisión de Estados Unidos de implementar aranceles a aproximadamente 200,000 millones de dólares de importaciones provenientes de China. Aunque en este espacio hemos hecho énfasis en que la estrategia comercial de Trump va en contra de la abundante evidencia de que el libre comercio internacional ha contribuido a mejorar el bienestar de la mayoría de la población a nivel mundial, también hemos reconocido que hay ciertos segmentos de la población que han quedado rezagados y han sido marginados a causa del libre comercio.
La administración Trump, que fue sumamente eficaz en capturar el voto de estos segmentos marginados, ha decidido atacar casi al parejo a todos sus socios comerciales, incluyendo a aliados como México, Canadá, Japón y la Unión Europea (UE), lo cual ha sido percibido como algo injusto y contraproducente para todos los involucrados y rechazado por los mismos legisladores del partido republicano. Sin embargo, en el caso de China, la decisión de implementar una estrategia de mayor confrontación es algo que algunos actores vienen pidiendo desde hace tiempo y cuya justificación hay que entender bien.
Para estos actores, la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) no ha generado las condiciones necesarias para que China juegue en un campo parejo en el mundo del comercio internacional.
A diferencia de la gran mayoría de los socios de la OMC, China sigue siendo una economía donde el Estado juega un papel preponderante, ejerciendo una gran influencia directa e indirecta sobre la gran mayoría de los factores de producción, incluyendo al creciente sector privado.
Asimismo, China es uno de los pocos países de la OMC que mantiene un control férreo sobre su divisa y, aunque los casos de manipulación son cada vez menos burdos, al Banco Popular de China no le ha temblado la mano para intervenir en el mercado cuando lo considera necesario.
Otro punto a favor de los que abogan por una postura más dura ante China es la permanencia de barreras a la entrada de empresas extranjeras, que buscan establecer plantas productivas, cuando éstas no cuentan con un socio local.
La inclusión de socios locales puede ser altamente problemática, ya que en muchos casos es necesario transferir tecnología, efectivamente cediendo años de investigación y desarrollo a un socio nuevo que no es siempre confiable.
Adicionalmente, hay muchos observadores que argumentan que China mantiene un modelo de sustitución de importaciones, donde una combinación de aranceles a productos importados y financiamiento subsidiado a productores locales hace muy difícil el acceso a ciertas manufacturas importadas.
Por otro lado, el Estado todavía juega un papel gigantesco como comprador de bienes y servicios y, en muchas ocasiones, parece favorecer a las compañías locales con respecto a los proveedores internacionales.
Para los detractores de la OMC, lo más frustrante es que todas estas prácticas están permitidas dentro del marco de la misma OMC.
Aunque el organismo debe desincentivar este tipo de prácticas, los detractores sienten que las reglas no tienen suficientes dientes para lograr que China realmente se deslinde de este tipo de prácticas.
En teoría, la esperanza era que la inclusión de China a la OMC contribuyera a una transformación política y económica de China, donde gradualmente se abandonaran ciertas prácticas. Sin embargo, dicha transformación ha sido a cuenta gotas.
Es cierto que China ha abandonado casi por completo prácticas como la manipulación de su moneda, pero muchas otras prácticas, como las mencionadas aquí, siguen vigentes y, si bien son toleradas por la OMC, son sin duda barreras al libre comercio.
Aunque los socios comerciales como México, Canadá, Japón y la UE están en un claro caso donde justos pagan por pecadores, el enfoque de la guerra comercial es realmente China.
Fuente: El Economista