A ciencia cierta es un misterio saber qué está otorgando México o qué está denegando en la mesa de negociaciones del TLC. Su supuesta “modernización” (cualquier cosa que eso signifique) es opaca merced a un acuerdo de confidencialidad promovido por el “vicepresidente virtual” Videgaray, de consuno con el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo (que con Peña Nieto se perfila como el entreguista histórico a EU de la industria azucarera).
Del más importante acuerdo que en décadas haya firmado México con EU y Canadá, permanecen fuera del escrutinio público incluso temas neurálgicos de la renegociación (que vale pedir su defensa aunque sea idílico hacerlo, pues por ejemplo, aun con oposición abierta, la posible inclusión del rubro de la industria cultural fue rechazado de tajo por Ildefonso Guajardo bajo la argucia debatible que lo cultural solo es objeto de políticas públicas no de un tratado de libre comercio, como si los bienes culturales no fueran motivo de transacciones económicas y no formaran parte por demás importante del abanico de exportaciones nacionales).
En la premura autoimpuesta a “renegociar” no conocen límites en el peñanietismo. Por ello, en el marco del TLC se desconocen los avances o retrocesos de cada asunto discutido. Y se ignora por lo mismo si el equipo mexicano está cediendo de manera pusilánime y entreguista a las demandas de sus “socios”, o si actúa en defensa de los intereses nacionales. Pero si es un indicio el recién firmado acuerdo azucarero con EU, cabe presagiar desastres económicos para el país aun si el TLC se llegara a concluir y Trump no lo abandonara a mitad del camino.
Para darse cuenta de la importancia de lo que se oculta, véase lo sucedido con ese fatídico pacto azucarero “negociado” por Guajardo. Gracias a él, el país perderá la oportunidad de recibir 3 mil 500 millones de pesos por ventas que la industria azucarera tenía ya colocadas sin ganar absolutamente nada en reciprocidad.
Por declaraciones de voceros de la industria azucarera, vertidas a Milenio, una de las cláusulas más absurdas es que México en adelante debe comportarse como república bananera.
Para los anales del escándalo, México se obligó a reducir en un 70% la alta calidad del producto azucarero que ya exportaba de manera regular y ascendente a EU a consumidores directos.
Por si fuera poco, la Secretaría guajardista aceptó que en adelante el edulcorante mexicano tenga prohibido cruzar la frontera por tierra. Los productores deberán transportarlo por barco para obligar a que el producto llegue directo a las refinerías estadunidenses (en un esquema entreguista y onerosísimo muy similar al que obliga a Pemex a enviar crudo para refinarlo allá).
Perjudiciales para México en extremo, las medidas azucareras impuestas al país –en la risible aspiración que los EU reconocerían ese gesto en el TLC–, hacen pensar con preocupación en qué tanto estará cediendo el entreguista equipo negociador guajardista. Muchos observan ese entreguismo fatal al más alto nivel de la Secretaría de Economía, lo que se desprende del desmantelamiento “de facto” de parte de la industria azucarera nacional que ya había logrado un alto grado de desarrollo vendiendo azúcar y derivados refinados a los consumidores directos de EU, mismos a los que ahora ya no venderán más.
Los productores nacionales aparte de perder la oportunidad de comercializar a mejor valor su producto de alta calidad (algo así como tirar 3 mil 500 millones de pesos), necesitarán degradar sus plantas para producir el azúcar cruda de menor calidad que EU espera en sus refinerías.
Por si fuera poco, México sí aceptará de EU importaciones de jarabe de maíz alto en fructuosa a precio dumping de más de 50%. Y de todos los términos azucareros que Ildefonso Guajardo regaló al gusto de EU, en cambio rehúsa abrir cupos de exportación para edulcorante mexicano en la Unión Europea cuyo Tratado de Libre Comercio en la actualidad “renegocia” (¿cuál Plan B alternativo al TLC? Entreguismo puro a EU es lo que se observa).
Fuente: Milenio